El tornillo del napolitano
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puede ser una visión del mundo
la rebelión consiste en mirar una rosa
hasta pulverizarse los ojos.
Alejandra Pizarnik
Por prejuicio su obra ya me gustaba o, tal vez, sería intuición.
“Presentará una instalación que refiere a Rayuela” me dijeron en el Museo, cuando pregunté por primera vez acerca de su muestra individual Canta en silencio , y eso bastó para intrigarme. Para calmar mi ansiedad desempolvé mi precario ejemplar de dicha novela y comencé a releerla, como un juego. Me interné en el capítulo 73 y estuvo todo dicho: “¿Por qué entregarse a la Gran Costumbre? Se puede elegir la tura, la invención…” propone Julio, y propone también Ezequiel en su obra donde la inspiración que siempre surge de la observación del exterior, colma los sentidos del artista, siempre expectante, y los devuelve transformados, sublimados en un papel, en la posición de algún objeto.
Siempre estamos eligiendo, aunque la prisa de lo obligatorio de este mundo nos lo haga olvidar. Viajamos apurados al trabajo, a la facultad, comemos, pensamos y actuamos de manera automática; y en ese trance de lo urgente terminamos por entregarnos a la Gran Costumbre, eligiéndola como la única posible. Pienso que Ezequiel nos alerta y nos recuerda que cada fragmento de realidad abre un mundo de posibilidades, que para maravillarnos sólo hace falta despojarnos de las rigideces de lo establecido, para observar lo desconocido y lo cotidiano, y así dejarnos sorprender.
En el mundo que crea el artista con sus obras cada partecita es de suma importancia, se integran de manera particular entre ellas y cobran vida en su disposición espacial. A su vez, pueden ser ellas mismas un mundo abierto a posibles interpretaciones, y él se detiene justo aquí: nos deja a los espectadores la tarea de elegir. Cada espectador puede y debe elegir entre una y tantas posibilidades, según sus experiencias, sus conocimientos, sus creencias, su memoria, su propia subjetividad, diseñando un camino interpretativo único y propio. La obra de Ezequiel, es siempre una obra abierta.
A Ezequiel le interesa que la experiencia estética se manifieste en una transformación de la mirada de los espacios usuales. Permitirse ver que las baldosas que se recorren diariamente, de repente se conjugan con el agua de una lluvia reciente y muestran reflejos, formas y colores nuevos, ese tipo de experiencia, abierta a las formas particulares que adopta en el momento específico, es la que Ezequiel prefiere y la que motiva y sugiere en cada obra que presenta. Ya que sus obras según él son apenas señalamientos, pistas de lo que en realidad sucede no sólo dentro sino afuera del espacio de exhibición.
Tuve la oportunidad de disfrutar de Rocamadour 32, en el Museo Provincial de Artes de La Pampa. En una sala blanca y muy íntima se enfrentaron una impecable máquina de escribir (sobre una diminuta mesa blanca) y 32 láminas, escritas con dicha máquina, que como un juego conducen al capítulo en que La Maga le escribe una carta a su bebé Rocamadour. 32 láminas que, al mostrar rayones y tachaduras, remiten al proceso de creación literario, en el que como toda tura, el escritor elige/inventa entre múltiples posibilidades la definición del capítulo con las frases que lo componen. 32 láminas en las que Ezequiel nos detiene, nuevamente, en el momento de elección, al individualizar frases, para él significativas, que hacen a la unidad del capítulo y que, en ese aislamiento, ellas mismas son puntos de partida hacia variados mundos interpretativos. 32 láminas que nos sugieren una sacralización de la escritura ya que, salvo los tachones realizados con lápiz, la instalación está despojada de los vicios simbólicos que rodean al escritor: papeles abollados y desparramados por la habitación, un vaso de whisky a medio tomar, colillas de cigarrillos apagadas en un cenicero y una que aún humea, libros apilados, todo iluminado por un precario velador…
En el capítulo 73 de Rayuela, el escritor Morelli -uno de sus personajes- relata la anécdota de un napolitano que vivía obsesionado con un tornillo, que observaba de día y resguardaba de noche. La obsesión por el tornillo fue trasladándose progresivamente a sus vecinos, para quienes al principio era rechazo, luego burla y más tarde comenzaron a percibir paz al contemplarlo. A mi se me hace que Ezequiel, como el napolitano, obsesionado con los objetos nos los pone frente a nuestras caras para mostrarnos otras maneras de llegar a sentir paz…la paz, algo tan inexplicable como la obsesión por un tornillo. “Quizá el error estuviera en aceptar que ese objeto era un tornillo por el hecho de que tenía la forma de un tornillo… A lo mejor el napolitano era un idiota pero también pudo ser el inventor de un mundo. Del tornillo a un ojo, de un ojo a una estrella…” escribe Cortázar y está todo dicho, sólo queda sorprenderse.
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Julieta Mansilla
Santa Rosa, Mayo 2010.