Circumvolare
Ezequiel Montero Swinnen (y el silencio del tiempo)
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Entre las obras de Ezequiel Montero Swinnen y la condición suave e inasible del tiempo, existe una dimensión sin umbrales. Se trata de una superficie laxa e irreverente, ontológica sin más. En ella, los duplos espacio-antiespacio y verbo-contraverbo se trenzan en cursos reales de virtualidad latente. Como si se tratara de una conversación larga y distendida con ciertos clásicos (pienso en Apocalypse Now de Francis Ford Coppola; Dialéctica de la Naturaleza, de Friedrich Engels; el Popol Vuh de los Quiché; o Viaje a la Luna de Cyrano de Bergerac), la propuesta de Swinnen trasciende las antinomias y se extiende, a la manera del rizoma de los lirios, por geografías diversas, opuestas quizá en apariencia. Y no se trata de negar la antítesis, o de afirmar la muerte de la dialéctica; por el contrario: sus objetos, instalaciones, dibujos, pinturas y videos acarician un devocionario que circunvala la physis de lo real. De ahí su vocación irrenunciable por el desprendimiento y el vuelo, por el camino ciego del anacoreta que busca grietas personales en desiertos olvidados.

A la manera de Cristos o de Budas que invocan la presencia del yo íntimo, sus trabajos están en suspensión. Ellos cuelgan, se desenvuelven o son proyectados. Pero, en verdad, y como esencias instantáneas que son, les cabe toda la definición de aparatos suspendidos. Como máquinas que buscan la esencia del instante, la mayoría de estos artificios son mínimos. La complejidad está presente, pero de forma soslayada; deambula la síntesis y el despojo. Les habita la multiplicidad, pero incrustada en lo ínfimo y esquilmado. El instante, ese momento entre momentos, revela cuestiones suaves y ríspidas que obsesionan al artista: el silencio, la eternidad y el tiempo, por ejemplo, pero también la infinitud, lo bello y la contemplación. Y todo entrelazado a un específico y perenne concepto, el de la circularidad. Las referencias clásicas, renacentistas y mesoamericanas son ineludibles. Bucles, ciclos y reiteraciones; fragilidad, ensimismamiento y desenfoques. El cielo materializa los círculos y la eternidad viene a confirmar las formas infinitas –no acabadas- de los objetos y sitios mundanos que parecen ser finitos y acabados.

En algunas obras, como en la anilla de relojes instalada en el suelo, o en la serie de paracaidistas dispuesta en una de las paredes, se evoca el eterno retorno. Se trata de un retorno al ocaso –y al nuevo amanecer implícito-, a la falsedad de la idolatría -y de los ídolos-, y al licántropo que sobrevive tras una cédula acreditativa de ciudadanía o pertenencia nacional. Montero Swinnen señala el regreso a lo apolíneo y a la vez a lo dionisíaco, e indica el vórtice incomprensible guarecido en la razón. Éste es su rodeo a la especie humana: un acto de circunvalar que se cristaliza en imágenes simples y universales: un pájaro entre cielos tormentosos, algunos globos de colores sobre sillas blancas y los dibujos de árboles que flotan sin flotar. Todo lo visto parece estar lejos de nuestra condición antropológica, y sin embargo en cada centímetro no hace más que ingresar en lo humano. La obra es una permanente circunvalación a los temas que nos atraen desde los orígenes, a la poética del primer verbo, al crudo instante frente al abismo originario.

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Miguel Ángel Rodríguez
Crítico de Arte
Luján, Argentina. Marzo 2011.